viernes, 27 de noviembre de 2009

TEOLOGÍA ESPONTÁNEA

(Hablar de Dios sin más)

CAPÍTULO I

A CERCA DEL QUEHACER TEOLÓGICO

Los teólogos no han sido suficientemente corajes para decir abiertamente de qué tipo o clase de Dios nos hablan. En el fondo a Dios lo han presentado siempre como utopía, esperanza, objeto de creencia, de fe; como idea o hipótesis. Dicha política o ideología, llamada equívocamente ‘teología’, más que realidad, ha sido producto de la ficción, de la imaginación, de la abstracción, por eso, de la irrealidad; ha sido siempre artificial, adornada con ideas, políticas e intereses ilusorios; ha sido siempre, refiriéndonos a sus mayores logros, sólo un mero reformismo, en lo que respecta a su acontecer, es decir, en cuanto a la promoción de la idea ‘Dios’ se refiere. Esta idea lo han venido revistiendo con espléndidos términos como vida, ‘justicia’, solidaridad, humildad, paz, fraternidad, etc. Pero, este mismo hecho, a lo largo de la historia, se ha convertido en algo rimbombante, sin sentido y repetitivo, aunque ellos sigan queriendo darle sentido.

La teología de la liberación, inicialmente, quiso ser explosiva y revolucionaria pero no pudo más pues, tempranamente, sus mismos representantes la han cortado de raíz sus alas y sus teólogos hoy no resultan más que unos teóricos resentidos, revoltosos o contestatarios de la, también equívocamente nominada, teología clásica. Es decir, dicho sea de paso, siempre han hecho teología anclados en sus marcas religiosas y, por eso, su teología siempre ha pretendido presentarse como ‘la teología’ frente a las otras. Por eso, un teólogo, es siempre un musulmán, un católico, cristiano, hindú, judío, etc. en otras palabras, un mediocre, un infantil, un ‘bobo pero privilegiado’ que representa a un grupo sectario. ¿Acaso sólo al interior de los colores religiosos es posible hablar de Dios tal como lo vienen haciendo sus funcionarios? ¿Qué necesidad hay de que existan tantas teologías que ni entre ellas mismas se entienden? Todas son políticas, políticas revestidas de la famosa idea ‘Dios’ en función de una determinada jerarquía, de una clase, raza, pueblo, tradición, costumbre, etc. cuya base es el mayor dualismo enarbolado por siglos enteros: Dios y Hombre.

Eso hace que todas las teologías sean cerradas y delimitadas en sí mismas, por más revolucionaria que pretenda ser; terminan siempre absorbidos por la obsesión de competencia: que si lo propio es mejor o peor, si al otro (teólogo) me conviene o no aceptar; responde o no a mis intereses e inquietudes; todas se presentan constantemente mediante funcionarios caudillistas, mediante autoproclamaciones o autopromociones individuales y teóricas, etc. Sólo en estos últimos tiempos, lo teólogos llamados progresistas…, pluralistas, liberales, han tomado conciencia de este asunto. ¿Por qué rebajar o prostituir tanto la teología relacionándola estrictamente con una idea como es la idea de ‘Dios’ que, al fin y al cabo, es una idea y no otra cosa? ¿Por qué?

El teólogo de cualquier marca religiosa sabe muy bien que ‘Dios’ es una idea, pero sólo una idea, ¿por qué pretender presentarlo, a toda costa, como una realidad concreta lo que no es? ¿Hasta qué punto es humano, natural, coherente y real, seguir enarbolando esa idea? ¿Hay alguna razón vital o existencial puesto que lo único que tenemos en nuestras manos y a nuestra disposición es ésta vida y ésta existencia que están fluyendo simple y llanamente? ¿No existe un mínimo de inteligencia o de autocrítica en los teólogos? ¿Por qué no se deja de dar vueltas en torno a esa idea chatarra y se remplaza por una política abierta que tenga que ver con la vida que nos aqueja diariamente y la existencia que es sumamente compleja y paradójica? Sería una labor más viable. Pero ¿por qué aferrarse a ilusiones falsas, a ideas, imaginaciones, fantasías que no existen más que en nuestras mentes?

Si tanta pasión despierta, especialmente en los así llamados ‘teólogos’, los acontecimientos de la realidad humana ¿no es posible encarar una política abierta y completamente secular, sin disfraces de divinidad o de espiritualidad, a favor de los más empobrecidos, de la fraternidad, igualdad, libertad, paz, cordialidad, etc. en vez de repartir consuelos y esperanzas? ¿De qué sirve tanto hablar, escribir libros de teologías… y dar vueltas en el espacio sin resultado alguno intentando poner máscaras y disfraces con la bonita idea de ‘Dios’ a nuestras debilidades, atrocidades, tortuosidades, revanchismos, escándalos, triunfos, fracasos, glorias, etc. que no son ideas sino concreciones de nuestra mal llamada ‘civilización humana’? ¿Es que nuestra condición humana ha quedado olvidada y reducida a un nivel totalmente ínfimo o marginal? ¿No nos parece ilusorio e inútil ese trabajo que venimos haciendo?

Mirando bajo ese mar de preguntas me parece que el problema no está en las ideas de Dios que tienen u ofrecen las religiones y sus teólogos cuanto en nuestra condición humana en general. En primer lugar porque todas las religiones dan más crédito a su particular idea de Dios y a sus fuentes escriturísticas conservadas y transmitidas por tradición y costumbre. Y como es obvio allí tiene más importancia el ‘libro sagrado’ que la vida real a secas. En segundo lugar: por dar mucho crédito a esa idea de Dios se ha perdido completamente la confianza en el ser humano y sus potencialidades. En suma: se ha dado más importancia a Dios a costa de sacrificar al ser humano. ¡Esto no es posible!

Debido a este asunto, sea o no importante para las bases teóricas de la teología, entrevemos la raíz del problema, es decir, el mayor dualismo existente, a nivel teológico, entre Dios y el Hombre. Sin embargo, hoy por hoy, para comprender este problema, el teólogo clásico como el teólogo de la liberación (aunque éste último en menor grado) no está capacitado para este asunto porque, en lo que a nivel de conciencia se refiere, se parece más a un basurero de las campañas religiosas proselitistas y obsesivas o ideologías en un mundo de competencias que a un sujeto capaz de hablar de Dios con una consciencia limpia. Este, sin duda, es la adolescencia o el analfabetismo de la teología, cuyos funcionarios, los teólogos, se han estancado en una suerte de muchachos de doce o trece años… por tanto inmaduros y poco adultos. Caer en la cuenta de esto que venimos diciendo requiere de mucha inteligencia que sólo una conciencia rebelde podrá encararlo con inteligencia y eficacia.

Tener la consciencia rebelde es propio de ser humano despierto y alerta frente al tipo o clase de idea de Dios que ofrecen las religiones. Es esa condición lo que el teólogo tiene que recuperar si quiere ser coherente con la realidad vital y existencial para recobrar la confianza en el hombre (mujer-varón) porque el único problema que existe no es la idea ‘Dios’ sino nuestros ‘fanatismos y prejuicios’ que han puesto una piedra de tropiezo a la fluidez de la naturaleza de nuestra vida y la de todos los seres con quienes compartimos este hermoso mundo, esta tierra, nuestra casa común.

Los fanatismos, prejuicios, fundamentalismos, intolerancias, arrogancias y toda esa maraña de convenciones son los entes que han creado los problemas mayores para nuestra vida individual y colectiva. Esa maraña de convenciones ha creado en el inconsciente colectivo la ambición, la eficacia, la desdicha, la nostalgia, la obsesión y la competencia. El hecho de que la vida sea paradójica por naturaleza no es ningún problema. El problema enorme está en lo convencional que se ha impuesto sobre ella, sobre la naturaleza de la vida y sobre el flujo de la existencia, consciente o inconscientemente.

Entonces la actitud inteligente a tomar es, precisamente, el abandonar definitivamente lo convencional, esto es, el pasado como memoria, recuerdo, tradición, categoría, costumbre que se proyecta al futuro y se convierte en ideal, dogma, creencia, hipótesis… Ese modo de hacer un puente que secunda el ‘aquí y ahora’, el ‘presente’, el ‘momento’, es la raíz de todos los problemas y males mayores a nivel mundial. Sin duda toda la teología, que no es más que pseudo-teología o charlatanería ideológica hasta ahora conocida como ‘teología’, es absolutamente decadente y mediocre ya que, sus propios funcionarios, siguen moviéndose y autojustificando su papel enfatizando el pasado y proyectándose al futuro. Ese trabajo, en suma, no es más que un espejismo. Esas porquerías concernientes al pasado como al futuro han oscurecido y adormecido la conciencia del ser humano. Por eso, por un lado, el hombre se ha vuelto enemigo primordial de sí mismo, haciendo que la vida sea sofocante e insoportable; pero, por otro lado, debemos también reconocer la alternativa que nunca claudicó y que pertenece a la esencia de nuestra naturaleza, me refiero a su gran potencialidad o capacidad de devolver al mundo la felicidad y la dicha. Esa es la única alternativa que nos queda.

Por lo tanto las soluciones a los problemas que nos aquejan no son de otro planeta ni tampoco tiene que ver con algún ente extraño que quiera manipular a este mundo y, en particular, a nuestra naturaleza. No. La solución está en el coraje de abandonar las madrigueras convencionales y tradicionales, costumbres y fundamentalismos (puesto que lo único que han venido haciendo es poner trabas y zancadillas al curso de la naturaleza de la vida), categorías y dogmas, prejuicios y fanatismos, y adquiriendo una conciencia limpia, poder apurar el advenimiento del hombre nuevo cuya conciencia no esté dañada ni oscurecida por esos disparates… En fin la conciencia limpia y despierta es la única que podrá colaborar a éste fin anhelado y la conciencia adormecida, por las convenciones, fanatismos y fundamentalismos, solo traerá consigo la violencia y la destrucción.

Sin duda lo que conocemos como ‘teología’ (tanto la clásica como la de la liberación) es una pseudo-teología, llámese también política disfrazada de un discurso a cerca de la divinidad o, en términos más civilizados, ideología que sustenta consuelos, imaginaciones, esperanzas, engaños, fantasías e ilusiones. En todo, la teología hasta ahora conocida, es una fuente de autopromociones caudillistas, asistencialismos, pietismos, masoquismos, fundamentalismos, autotorturismos, intolerancias y toda una suerte de enfermedades psicológicas. Ese es el motivo para que hablemos de abandonar toda clase de máscaras y disfraces (tales como divinidad, espiritualidad, votos, piedad, caridad, bondad…) para ponernos manos a la obra y empezar a cambiar la estructura imaginaria del mundo y de la sociedad. El mundo actual no necesita de esos disparates o espejismos. No necesita promesas de futuro. Necesita concreciones, necesita respuestas, resultados, necesita ciencia, vivencia real y concreta, palpable, ‘aquí y ahora’, pero ya no consuelos, esperanzas ni fes, que no hacen otra cosa sino alienan y reducen la conciencia y la grandeza humana a lo meramente ínfimo, a lo estúpido, a un gusano que se arrastra porque le toca el turno o porque le espera un premio Nóbel.

La esperanza en un futuro próximo o lejano hace de la gente codiciosa y la memoria del pasado la hace nostálgica. Eso se ve claramente en el desempeño de la teología institucionalizada (la conocida hasta ahora), privilegio de una élite erudita, por tanto, cadavérico, embotado (carente de conciencia limpia) y sin vida, que responde no a la realidad presente sino a la nostalgia y a la codicia.

Los teólogos para dejar de hacer las cosas que vienen haciendo, tienen que desembarazarse de las máscaras y disfraces para empezar a confiar en el ser humano y sus potencialidades porque está en nuestras manos el hacer de este mundo un verdadero paraíso y no simplemente soñar o esperar que se cumplan ciertas promesas de ultratumba. El pasado ha pasado y no volverá nunca, el futuro es incierto, nunca llega ¿por qué seguir postergando aquello que nos es posible hacer? El destino del mundo que tenemos en nuestras manos no depende de pseudo-teólogos sino, sobre todo, depende cómo encaramos el presente, el momento, el ‘aquí y ahora’, que son parte de nuestra responsabilidad, sin anhelar cielos que no existen y sin lamentarse del pasado que ya no volverá nunca más. Un hablar más adecuado de Dios, porque no tenemos otra idea familiar como para que todos entiendan, será hablar de nuestro presente, de nuestras cosas, de lo que tenemos ‘aquí y ahora’ y cómo lo encaramos eficazmente en este preciso momento sin codiciar un cielo, sin temer un infierno y sin rememorar el pasado que ha hecho nostálgica de la humanidad.

Por esas razones, que me parecen serias, plantearemos aquí una teología espontánea, libre, más parecida a la teología del pájaro en vuelo, al de la gaviota en el aire, al del gato esperando a su presa, al de la poesía, al del canto, al de la danza, del arte, de la música, la pintura, en suma, a lo irracional (lo que está más allá de la razón), porque no está bien que el hombre solo sea racional, porque lo racional no es otra sino acumulación de ideas para convertirse en un depósito de convenciones; tampoco está en adquirir el ‘complejo de loro’ del cual adolecen los eruditos por ser buenos repetidores y memoriones. Por eso los teólogos de cualquier marca se caracterizan por su mente embotada, por ser un almacén de convenciones, un baúl lleno de cachivaches y otras tonterías fanáticas, verticalistas, autoritarias, proselitistas, demócratas, comunistas, socialistas, etc. Todas esas porquerías pertenecen a lo racional o a lo lógico, a un fragmento de la naturaleza humana. Y esto afirmamos con conocimiento de causa. Por ejemplo, en lo que a lo lógico o racional se refiere el hombre no ha desarrollado, según los científicos, más que el uno y medio por ciento de sus potencialidades lógicas y eso estirando las cifras. Ese desarrollo no es muy alentador que se diga. Esto quiere decir que más del noventa y ocho punto cinco por ciento de su potencialidad, por las cuales pervive como especie, es lo irracional a menos que en un futuro muy lejano (que supone millones y millones de años de evolución) se diga lo contrario. Esto, sin duda, es un error muy helenístico que por nadie ha sido objetado ni siquiera cuestionado mínimamente.

El hombre no es más animal racional, porque ese porcentaje es demasiado insignificante; el hombre es un animal irracional porque, lo irracional, supera en mucho a lo racional. Mirando con esos ojos al campo del quehacer teológico no llegamos ni siquiera a la mínima parte. Todo el lenguaje proferido a cerca de Dios como idea o hipótesis es una insignificante basura aunque a nombre de Dios se haya venido diciendo: favorecer a la liberación de los pobres, de la mujer, superar la injusticia, establecer la paz, promover un pluralismo religioso, etc. Todas esas cosas no son más que tipos de políticas disfrazadas de divinidad o de espiritualidad que si habría un político aceptable y honesto los llevarían adelante con una eficacia incalculable sin necesidad de ampararse en ideas como ‘Dios’ que, hoy por hoy, no es sino sinónimo de consuelo, fantasía, ilusión o disfraz. Las marcas religiosas son ideologías, es decir, el cristianismo es igual a imperialismo burocrático, el islamismo es igual a fundamentalismo intransigente, el hinduismo es igual a ateísmo… En suma, si uno se encuentra con un teólogo de esa marca, es posible constatar que solo cambia el nombre, el disfraz, la fachada y por dentro es la misma porquería. Eso es una gran verdad. En otras palabras, como aquí en Bolivia solemos decir: ‘la misma chola con otra pollera’ o ‘el mismo indio con otro poncho’. Sí, eso es lo que es. Esa es su verdadera definición: cualquier teología que provenga de una religión organizada es, otra vez, ‘la misma chola con otra pollera’ o ‘el mismo indio con otro poncho’. Entonces el teólogo y religioso no es otra sino un funcionario de una determinada ideología y de una política asistencial disfrazado de la idea ‘Dios’ que es su garantía de supervivencia.
La teología espontánea quiere ser una alternativa para el mundo actual porque no está supeditada a ninguna religión, política, privilegio, ideología, ejercicio de poder… No es cristiana, ni musulmana, ni hindú, ni judía. No. Es una teología vital y existencial donde quien habla no es la ortodoxia, su juego de palabras y sus acertijos; la buena reputación y sus privilegios; o la religión como organización cuya base es la fe y la creencia, sino, ante todo, la vida y la existencia donde Dios no está sino disuelto en el ‘Todo vital y existencial’. Con ello es posible superar la dualidad mayor, Dios y Hombre, y comprender todo lo que está ahí como un Todo del cual el ser humano y los demás seres, en su individualidad, son parte y están en absoluta interdependencia.
Khishka

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